sábado, 14 de abril de 2012

Papá Goriot (Fragmento) - Honoré de Balzac

Finalmente, después de tantas entradas, llego con algo de uno de mis escritores favoritos: Honoré de Balzac; razones las cuales les comentaré en una próxima ocasión. No quise para la ocasión un cuento corto, los cuales también son excelentes, sino un fragmento de una de sus más grandes obras, la cuál se titula ''Papá Goriot''. Tuve que transcribirlo directamente del libro porque no se encuentra en Internet (solamente en francés y en inglés y este es un espacio solamente en castellano). 
El presente fragmento es de la parte final. Narra el momento en el que Goriot está agonizando, diciendo sus últimas palabras entre cierta lucidez y locura a la vez. Es realmente conmovedor; al menos a mí me dejó bastante afectada. Aquí, Goriot se haya en su lecho de muerte, acompañado solamente por el ''novio'' de su hija menor, Eugéne de Rastignac (novio entre comillas porque la baronesa Delphine de Nucingen se encuentra casada, al igual que su hermana, la condesa Anastasie de Restaud), quien, además de un ayudante de la casa (Christophe) y un estudiante de medicina (Bianchon), son las únicas personas que le consuelan en su lecho de muerte; las demás se han desecho de sus deberes para con el viejo Goriot y le han dejado en un completo abandono, que finalmente le produce la muerte. 
Sin más preámbulos, les dejo el fragmento, que copié con mucha paciencia, esperando que sea una lectura agradable para ustedes. Espero igualmente les sirva en algo como reflexión; tiene gran contenido para dejarlos pensando en algo ;)

 ̶ ¿Se han divertido ellas bastante? ̶ dijo papá Goriot, que había reconocido a Eugéne.
̶ !Oh, no piensa sino en sus hijas! ̶ dijo Bianchon ̶ . Me dijo más de cien veces anoche: ‘’!ellas bailan! ¡Ella tiene su vestido!’’ Las llamaba por sus nombres. Me hacía llorar, ¡que , me lleve el diablo!, con sus exclamaciones: ‘’!Delphine, mi pequeña Delphine! ¡Nasie!’’ Por mi palabra de honor ̶  dijo el alumno de medicina ̶ , era para deshacerse en lágrimas.
̶ Delphine está aquí ̶  dijo el viejo ̶ , ¿no es verdad? Bien lo sabía ̶  y sus ojos recuperaron una agilidad loca para mirar los muros y la puerta.
̶ Bajo para decirle a Silvia que prepare los sinapismos ̶  dijo Bianchon ̶ , el momento es propicio.
Rastignac permaneció solo al lado del viejo, sentado al pie de la cama, fijos los ojos en esta cabeza horrible, que producía dolor al mirarla.
‘’Madame de Beauséant se fuga, éste se muere’’, dijo para sí. ‘’Las almas bellas no pueden permanecer por largo tiempo en este mundo. En efecto ¿cómo podrían convivir los sentimientos nobles con una sociedad mezquina, pequeña, superficial?’’.
Las imágenes de la fiesta a la cual había asistido se representaban en su recuerdo y contrastaban con el espectáculo de esta cama de muerte. Bianchon reapareció de repente.
̶ Mira, Eugéne, acabo de hablar con nuestro médico jefe y he venido a las carreras. Si manifiesta síntomas de razón, si habla, acuéstalo sobre un sinapismo largo, de manera que quede envuelto en mostaza desde la nuca hasta la base de la espina dorsal, y nos haces llamar.
̶ Querido Bianchon ̶  dijo Eugéne.
̶ ¡Oh, se trata de un hecho científico! ̶  repuso el estudiante de medicina con todo el ardor de un neófito.
̶ Vamos  ̶  dijo Eugéne ̶ , seré entonces el único que cuida a este pobre viejo por afecto.
̶ Si me hubieras visto esta mañana, no dirías eso ̶  repuso Bianchon, sin ofenderse por la alusión ̶ . Los médicos que ya han ejercido no ven sino la enfermedad; yo, por mi parte, aún veo el enfermo, mi querido muchacho.
Se marchó, dejando a Eugéne solo con el viejo, y en la aprensión de una crisis que no tardó en declararse.
̶ ¡Ah, es usted, querido hijo! ̶  dijo papá Goriot, reconociendo a Eugéne.
̶ ¿Se siente usted mejor? ̶  preguntó el estudiante, cogiéndole la mano.
̶ Sí, tenía la cabeza cerrada como si estuviera entre un estuche, pero se libera. ¿Vio a mis hijas? Vendrán pronto, cuando sepan que estoy enfermo acudirán de inmediato, ¡tanto me cuidaron en la calle de la Jussienne! Dios mío, quisiera que mi pieza estuviera limpia para recibirlas. Hay un joven que quemó todas mis briquetas.
̶ oigo a Christophe ̶  le dije Eugéne ̶ , le trae leña que ese joven nos envía.
̶ Bueno, ¿pero cómo pagar la leña? No tengo un céntimo, hijo mío. Todo lo he dado, todo. Estoy de limosna. ¿El vestido de lamé era hermoso, al menos? (¡Ah, como sufro!) Gracias, Christophe. Dios lo recompensará, mi muchacho; nada tengo ya.
̶ Te pagaré bien, a ti y a Silvia ̶  dijo Eugéne al oído del muchacho.
̶ Mis hijas le dijeron que vendrían, ¿verdad, Christophe? Ve de nuevo a buscarlas, te daré cien centavos. Diles que no me siento bien, que querría abrazarlas, verlas una vez más antes de morir. Diles eso, pero sin asustarlas demasiado.
A una seña de Rastignac, Christophe se marchó.
̶ Ellas vendrán ̶  añadió el viejo ̶ . Yo las conozco. A la buena de Delphine, si muero, le causaré una gran tristeza. También a Nasie. No quisiera morir, para no hacerlas llorar. Morir, mi buen Eugéne, es no verlas más. Allí donde se va uno me aburriré bastante. Para un padre el infierno es estar sin sus hijos, y ya he hecho mi aprendizaje desde que ellas se casaron. Mi paraíso era la calle de la Jussienne. Sabe, si voy al paraíso podría regresar a la tierra en espíritu, para estar alrededor de ellas. He oído hablar de estas cosas. ¿Son ciertas? Creo verlas en este momento tal como estaban en la calle de la Jussienne. Ellas bajaban por la mañana. Buenos días, papá, decían. Las sentaba en mis rodillas, les hacía mil zalamerías, mil jugarretas. Me acariciaban amorosamente. Almorzábamos juntos todas las mañanas cenábamos juntos, en fin, era padre, gozaba con mis hijas. Cuando vivía en la calle de la Jussienne ellas no razonaban, no sabían nada del mundo, me querían mucho. ¡Dios míos, por qué no permanecieron siempre pequeñas? (Oh, sufro, se me revienta la cabeza.) ¡Ah, ah, perdón, hijas mías!, sufro horriblemente, tiene que ser un gran dolor, ustedes me volvieron duro para el mal. ¡Dios mío, si tuviese siquiera sus manos en las mías, no me sentiría del todo mal. ¿Cree que vendrán? Christophe es tan tonto. He debido ir yo mismo. Él va a verlas. Pero usted estuvo anoche en el baile. Dígame, ¿cómo estaban ellas? Nada sabían de mi enfermedad, ¿no es verdad? No hubieran podido bailar, ¡mis pobres pequeñas! ¡Oh, no quiero estar enfermo por más tiempo! Ellas todavía me necesitan. Sus fortunas están comprometidas. ¡Y mire que están en poder de qué clase de maridos! ¡Cúrenme, cúrenme! (¡Oh, cómo sufro! ¡Ay, ay!) Vea usted, es preciso que me alivie, pues necesitan dinero y yo sé dónde ir a ganarlo. Iré a fabricar almidón en cristales en Odessa. Soy muy hábil, ganaré millones. (¡Oh, sufro demasiado!).
Goriot guardó silencio durante un rato y era notorio que hacía un tremendo esfuerzo para acumular todas sus energías a fin de soportar el dolor.


̶ Si ellas estuvieran aquí, no me quejaría ̶  dijo ̶ . Entonces, ¿por qué quejarme?
Sobrevino un leve adormecimiento, que duró largo rato. Christophe regresó. Rastignac, que creía dormido a papá Goriot, dejó que el muchacho le diera cuenta en voz alta de su misión.
̶ Monsieur ̶  le dijo ̶ , fui primero donde madame la condesa, con la cual me fue imposible hablar, pues estaba en grandes asuntos con su marido. Como yo insistiera, vino el propio Monsieur de Restaud y me dijo así: ‘’Monsieur Goriot se muere, ¡y bien!, es lo mejor que puede hacer. Necesito a Madame de Restaud para terminar asuntos importantes; irá cuando todo haya terminado’’. Ese señor estaba enojado. Iba a salir, cuando madame entró en el vestíbulo por una puerta que yo no veía y me dijo: ‘’Christophe, dile a mi padre que estoy en discusiones con mi marido, no puedo dejarlo; se trata de la vida o de la muerte de mis hijos; pero cuando todo haya terminado, iré’’. En cuanto a madame la baronesa, es otra historia: ni la pude ver, ni le pude hablar. ‘’!Ah!’’, me dijo su doncella, ‘’madame regresó del baile a las cinco y cuarto, está durmiendo, si la despertara antes del mediodía, me regañaría. Cuando me llame le diré que su padre está grave. Siempre hay tiempo para dar una mala noticia’’. Fue inútil que le rogara. Pedí hablar con el señor barón, pero había salido.
̶ Ninguna de sus hijas vendrá ̶  exclamó Rastignac ̶ . Les voy a escribir a las dos.
̶ Ninguna ̶  respondió el viejo, enderezándose en la cama ̶ . Tienen negocios, duermen, no vendrán. Yo lo sabía. Es preciso morir para saber lo que son los hijos. ¡Ah, amigo mío, no se case, no tenga hijos! Usted les da la vida, ellos le dan la muerte. Usted los hace entrar en el mundo, ellos lo arrojan del mundo. ¡No, ellas no vendrán! Sé eso desde hace diez años. Me lo decía algunas veces, pero no me atrevía a creerlo.
Una lágrima rodó en cada uno de sus ojos, sobre su borde enrojecido, sin caer.
̶ ¡Ah, si yo fuese rico, si hubiera conservado mi fortuna, si no se las hubiera dado, ellas estarían aquí, ellas me enjugarían las mejillas con sus besos!; viviría en una mansión, tendría bellas habitaciones, criados, fuego para mí; y ellas estarían llenas de lágrimas, con sus maridos, con sus hijos. Tendría todo eso. Pero, nada. El dinero lo da todo, aun hijas. ¡Oh, mi dinero!, ¿dónde está? Si tuviera tesoros para dejar, ellas me aliviarían, me cuidarían; las escucharía, las vería. ¡Ah, mi querido hijo, mi único hijo, ahora tolero mejor mi abandono y miseria! Al menos, cuando un infeliz es amado, puede estar seguro de ese amor. No, no quisiera ser rico, pues entonces las vería. Aunque, ¿quién sabe? Las dos tienen corazones de roca. Tanto amor les he brindado, que ellas no podrían devolverme amor. Un padre debe ser rico siempre, debe mantener a sus hijos bajo las riendas, como a caballos díscolos. Y yo estaba de rodillas ante ellas. ¡Las miserables! Coronan dignamente la conducta que han tenido hacía mí desde hace diez años. Si viera cómo eran de cariñosas conmigo en los primeros años de sus matrimonios. (¡Oh, sufro un cruel martirio!) Acababa de regalarle a cada una ochocientos mil francos, ellas no podían permitirse ser desatentas conmigo, ni tampoco sus maridos. Me recibían en sus casas: ‘’Padre mío, por aquí; mi querido papá, por allá’’. Allí tenía siempre un cubierto para mí. En fin, cenaba con sus maridos, que me trataban con consideración. Se suponía que todavía me quedaba alguna fortuna. ¿Por qué eso? No había dicho nada sobre mis negocios. Había que cuidar con esmero a un hombre que regala ochocientos mil francos a sus hijas. Así que eran muy atentas conmigo, pero se debía a mi dinero. El mundo no es bello. Me he dado cuenta de eso. Me llevaban en coche al teatro y permanecía en sus fiestas todo el tiempo que quería. En fin, ellas se proclamaban hijas mías y me reconocían como su padre. Todavía tengo mi astucia, claro, y nada se me ha escapado. Todo eso lo hacían con un propósito egoísta y me partía el corazón. Veía bien que se trataba de argucias, pero el mal ya no tenía remedio. En sus casas no estaba más a gusto que lo que me siento allí abajo. No me atrevía a decir nada. Así, cuando algunas de esas gentes de la sociedad preguntaban al oído de mis yernos: ‘’ ¿Quién es ese señor?, ‘’es un padre con dinero, es rico, ¡qué diablos!’’, decían, y me miraban con el respeto que se le tiene al dinero. ¡Pero si algunas veces las avergonzaba un poco, redimía a buen precio mis defectos! Por lo demás, ¿quién es perfecto? (¡Mi cabeza es una llaga!). Sufro en este momento lo que es preciso sufrir para que llegue la muerte, mi querido Monsieur Eugéne,  ¡y bien!, eso no es nada en comparación con el dolor que me causó la primera mirada con la cual Anastasie me hizo comprender que yo acababa de decir una torpeza y que la humillaba: su mirada me abrió todas las venas. Hubiera querido saberlo todo, pero lo que supe con certeza era que ya sobraba en esta tierra. Al día siguiente fui donde Delphine para que me consolara y sucede que allí dije otra tontería que la enojó grandemente. Regresé como enloquecido. Estuve ocho días sin saber lo que debía hacer. No me atrevía a ir a verlas, de miedo a sus reproches. Y de repente me vi expulsado de la casa de mis hijas. ¡Oh, Dios mío, puesto que conoces las miserias y los sufrimientos que he padecido; puesto que has llevado la cuenta de las puñaladas que he recibido a lo largo de estos años que me han envejecido, cambiado, encanecido, destrozado, ¿por qué me haces sufrir ahora? Ya he expiado bastante el pecado de haberlas querido mucho. Ellas han tomado plena venganza de mi amor: me han atenazado como verdugos. ¡Ah, son tan torpes los padres! Tanto las quería, que volvía a ellas como un jugador a la ruleta. El único vicio mío eran mis hijas: ellas eran mis amantes, ¡en fin, lo eran todo! Ellas tenían, las dos, siempre, necesidad de alguna cosa, de adornos; sus doncellas me lo decían y yo se los daba para ser bien recibido. Pero ellas me dieron sus pequeñas lecciones sobre la manera de comportarme en sociedad. ¡Oh, pero nunca esperaron el resultado! Empezaron a avergonzarse de mí. Vea el resultado de educar bien a sus hijas. Sin embargo, a mi edad ya no podía ir a la escuela. (¡Sufro horriblemente, Dios mío! ¡Los médicos, los médicos! Si me abrieran la cabeza sufriría menos.) ¡Mis hijas, mis hijas, Anastasie, Delphine, quiero verlas! ¡Envíe a la gendarmería por ellas y que las traigan a la fuerza! La justicia no me cae sino a mí, todo está contra mí, la naturaleza, el código civil. Protesto. La patria perecerá si los padres son pisoteados. Eso es claro. La sociedad, el mundo, giran sobre la paternidad, todo se deshace si los hijos no aman a sus padres. ¡Oh, verlas, escucharlas!, no importa lo que me digan, con tal de que yo oiga su voz, eso calmará mis dolores, Delphine sobre todo. Pero dígales, cuando estén aquí, que no me miren fríamente como lo hacen. ¡Ah, mi bien amigo, Monsieur Eugéne, no sabe usted lo que es advertir el oro de la mirada cambiado de repente en plomo gris! Desde el día en que sus ojos no han tenido fulgores para mí, siempre he estado en invierno en esta tierra; para devorar no he tenido sino pesares, ¡y los he devorado! He vivido para ser humillado e insultado. Las quiero tanto, que toleraba todas las afrentas por las cuales ellas me vendían una pequeña felicidad vergonzante. ¡Tener que esconderse un padre para ver a  sus hijas! Les he dado mi vida, ¡hoy no me dan ellas una hora de la suya! Tengo sed, tengo hambre, el corazón me arde, y no vendrán ellas a refrescar mi agonía, pues yo me estoy muriendo, lo sé. ¡Pero es que no saben ellas lo que es saltar sobre el cadáver de su padre! Hay un Dios en los cielos, él nos venga a nosotros los padres a pesar de todo. ¡Oh, ellas vendrán! Vengan, queridas mías, vengan a besarme una vez más, un último beso, el viático para vuestro padre, que rogará por ustedes a Dios, que le dirá que han sido buenas hijas, que alegará a favor de ustedes. ¡Ellas son inocentes, amigo mío! Hable bien de ellas a todo el mundo, que no las molesten acerca de mí. Todo ha sido culpa mía, yo las acostumbré a que me pisotearan. Yo lo quería. Eso no le importa a nadie, ni a la justicia humana, ni a la justicia divina. Dios sería injusto si las condenara por mi causa. No he sabido comportarme, cometí la torpeza de abdicar de mis derechos. ¡Me hubiera envilecido por ellas! ¡Qué quiere usted!, la naturaleza más pura, las mejores almas, se hubieran corrompido ante esta indulgencia paterna. Yo soy un miserable: se me castiga justamente. Soy el único culpable de los desajustes de mis hijas, pues las mimé demasiado. Hoy quieren el placer, como en otro tiempo querían bombones. Siempre les permití satisfacer sus caprichos de jovencitas. ¡A los quince años tenían coche! Nada se les negaba. Yo soy el único culpable, pero culpable por amor. Sus voces abrían mi corazón. Las oigo, ya vienen. ¡Oh, sí, vendrán! La ley dispone que uno venga a ver morir a su padre, la ley está a mi favor. Además, eso apenas costará la carrera de un coche. Yo la pagaré. ¡Escríbales que tengo millones para dejarles! Palabra de honor. Iré a fabricar pastas de Italia a Odessa. Conozco el procedimiento. Con mi proyecto se pueden ganar millones. Nadie ha pensado en ello. Es un producto que no se dañará en el transporte, como el trigo o la harina. !Eh, eh, almidón! ¡Habrá millones en esto! Usted no les mentirá, dígales que hay millones, y aunque ellas vengan por avaricia, me complace ser engañando, pues las veré. ¡Quiero a mis hijas!, ¡yo las he hecho!, ¡ellas son mías! ̶  dijo, enderezándose en su cama, y mostrando a Eugéne una cabeza cuyos cabellos blancos estaban revueltos y con un gesto de amenaza que brotaba de cada uno de sus rasgos.
̶ Vamos ̶  le dijo Eugéne ̶ , recuéstese, mi buen papá Goriot, voy a escribirles. Tan pronto como llegue Bianchon, iré, si ellas no han venido.
̶ ¿Y si ellas no vienen? ̶  repitió el viejo, gimiendo ̶ . Ya estaré muerto, muerto en un acceso de ira, de ira. ¡La ira se apodera de mí! En este momento veo mi vida entera. ¡Me he estado engañando! Ellas no me quieren, no me han querido nunca, eso es evidente. Si no han venido es porque ya no vendrán. Mientras más se demoren, menos se decidirán a darme esta alegría. Las conozco. No han sabido jamás adivinar ninguno de mis pesares, de mis dolores, de mis necesidades: tampoco adivinarán mi muerte; ni siquiera comparten el secreto de mi ternura. Sí, lo veo muy claro: mi hábito de abrirme las entrañas para ellas quitó todo valor a lo que yo hacía. Si me hubiesen pedido que me arrancara los ojos, les hubiera dicho: ‘’!Sáquenlos!’’ Soy demasiado torpe. Ellas creen que todos los padres son como el suyo. Es preciso siempre hacerse valer. Sus hijos me vengarán. Por eso les interesa venir aquí. Prevéngalas, pues, que comprometen su propia agonía. Ellas cometen todos los crímenes en uno solo. ¡Sí, vaya, dígales que no venir es un parricidio! Han cometido bastantes crímenes para que agreguen éste. Grite entonces conmigo: ‘’!Ah, Nasie, ah, Delphine, vengan donde su padre, que ha sido tan bueno con ustedes y que sufre!’’ Nada. Nadie. ¿Moriré, pues, como un perro? He aquí mi recompensa: el abandono. Son infames, malvadas; las detesto, las maldigo; en la noche me levantaré de mi ataúd para volverlas a maldecir; en fin, ¿es que me equivoco, amigos míos? Ellas se portan muy mal, ¿verdad? ¿Qué es lo que digo? ¿No me había dicho que Delphine estaba aquí? Es la mejor de las dos. Usted es mi hijo, Eugéne, ¡usted!, quiérala, sea un padre para ella. La otra es muy desgraciada. ¡Y sus fortunas! ¡Ah, Dios mío! ¡Me muero, sufro demasiado! Córtenme la cabeza, déjenme sólo el corazón.
̶ Christophe, vaya a buscar a Bianchon ̶  gritó Eugéne, aterrado del carácter que tomaban las quejas y los gritos del viejo ̶  y consígame un cabriolé.
̶ Iré a buscar a sus hijas, mi buen papá Goriot; yo se las traeré.
̶ ¡Por la fuerza, por la fuerza! Pida la policía, la tropa, ¡todo!, ¡todo! ̶  dijo, enviando a Eugéne una última mirada en la que brillaba la razón ̶ . Dígale al gobierno, al procurador del rey que me las traiga: ¡yo lo exijo!
̶ Pero usted las maldijo.
̶ ¿Quién fue el que dijo tal cosa? ̶  respondió el viejo, estupefacto ̶ . ¡Usted sabe bien que yo las amo, que las adoro! Me aliviaría si las viera. Vamos, mi buen vecino, mi querido hijo, vamos, usted es bueno; quisiera agradecérselo, pero no tengo nada que darle, sino las bendiciones de un moribundo. ¡Ah, al menos quisiera ver a Delphine para decirle que cubra la deuda que tengo con usted! Si la otra no puede, tráigame a ésta al menos. Dígale que usted no la seguirá amando si no quiere venir. Ella lo quiere tanto, que vendrá. Algo de beber, ¡se me queman las entrañas! Póngame algo en la cabeza. La mano de mis hijas… eso me salvaría… lo sé. ¡Dios mío!, ¿quién reconstituirá sus fortunas si yo me voy? Quiero ir a Odessa para ellas, a Odessa, a fabricar pasta.
̶ Tome esto ̶  dijo Eugéne soliviando al moribundo y cogiéndolo con su brazo izquierdo, en tanto que en el otro sostenía una tasa de tisana.
̶ ¡Usted tiene que amar a su padre y a su madre! ̶  dijo el viejo estrechando con sus manos desfallecientes la mano de Eugéne ̶ . ¿Comprende que voy a morir sin verlas, a mis hijas?  Tener siempre sed y no beber nunca, así es como he vivido en estos últimos diez años… Mis dos yernos mataron a mis hijas. ¡Padres, exíjanle al Parlamento que haga una ley sobre el matrimonio! En fin, si usted quiere a sus hijas, no las case. El yerno es un bandido que lo estropea todo en una hija, que todo lo mancilla. ¡No más matrimonios! Es el matrimonio lo que nos priva de nuestras hijas y cuando morimos ya no las tenemos. Hagan una ley sobre la muerte de los padres. ¡Esto es espantoso! ¡Venganza! Son mis yernos los que les impiden venir. ¡Mátenlos! Muerte a Restaud, muerte al alsaciano, ¡ellos son mis asesinos! ¡La muerte o mis hijas! ¡Ah, todo ha terminado, muero sin ellas! ¡Ellas! Nasie, Fifine, ¡bueno!, vengan. Vuestro padre se va…

̶ Mi buen papá Goriot, cálmese, vamos, quédese tranquilo, no se agite, no piense.
̶ ¡No verlas, eso es la agonía!
̶ Usted las verá.
̶ ¡Es cierto! ̶  gritó el viejo, trastornado ̶ . ¡Oh, verlas, voy a verlas, a oír su voz! Moriré feliz. ¡Y bien, es verdad, no puedo vivir más tiempo, ya no tenía interés en la vida, las penas iban en aumento! Pero verlas, tocar sus vestidos, ¡ah!, sólo sus vestidos, es bien poco; pero que yo pueda sentir alguna cosa de ellas. Ayúdeme a tocarles sus cabellos, quiero…
Su cabeza cayó sobre la almohada como si hubiera recibido un mazazo. Sus manos se agitaron sobre el cobertor, como si estuviera cogiendo los cabellos de sus hijas.
̶ Yo las bendigo ̶  dijo haciendo un esfuerzo ̶ , las bendigo.
De repente se desplomó. En ese instante entró Bianchon.
̶ Me encontré a Christophe ̶  dijo ̶ , fue a traerte un coche ̶  luego miró al enfermo, le levantó los párpados y los dos estudiantes le vieron un ojo sin calor y sin brillo ̶ . Ya no recuperará el sentido  ̶  dijo Bianchon ̶ , no lo creo. ̶  Le tomó el pulso, lo auscultó, puso la mano sobre el corazón del buen hombre.
̶ La máquina funciona todavía; pero, en su estado, es una desgracia, sería mejor que muriera.
̶ Claro que sí ̶  dijo Rastignac.
̶ ¿Qué te pasa?, estás pálido como la muerte.
̶ Amigo mío, acabo de escuchar clamores y lamentos. ¡Tiene que haber un Dios! ¡Sí, sí, hay un Dios y nos ha construido un mundo mejor, o nuestra tierra no tiene sentido! Si no hubiera sido tan trágico, estaría desecho en lágrimas, pero tengo el corazón y el estómago terriblemente secos y cerrados.

Y para terminar, les dejo el link para empezar a oír esta maravillosa obra como audionovela. Como plus, les comento que está narrada por Mario Vargas Llosa. Brutal! Pero siempre preferiré los libros en físico, obviamente; !así se mueven mis pasiones!